Concierto de Sabina y Serrat. Dos pájaros en Zaragoza.

Levantaron su vuelo estos dos pájaros en Zaragoza –iniciando su gira española– un viernes de junio, caluroso y dulce. En una ciudad asolada por la mosca negra, más debería preocuparnos el aterrizaje de estos dos pájaros que, sin embargo, no resultaron ser de mal agüero.

Prefiero empezar esta crónica urgente –recién llegado del concierto– desvelando mis cartas, quitándome el antifaz: muy mal tenían que haberlo hecho para que las líneas que siguen se pusieran serias y tirasen de las orejas a estos dos ilustrados con sombrero. Así es: beneficiándome de la gentileza de Tgusta y del intrusismo profesional, les confesaré que ni soy periodista, ni mucho menos crítico musical y que, por supuesto, ni soy ni espero ser objetivo (¡qué vulgaridad!).

Les diré, eso sí, que no voy a engañarles, que todo lo que cuento sucedió. Sucedió que el lleno estuvo cerca de lograrse, pese a unos precios de vergüenza, y más para un sitio como el Pabellón Príncipe Felipe.

Sucedió que, si Sabina y Serrat arrastran ya por separado auténticos ejércitos de seguidores, mezclados hacen que todo explote.
Sucedió, como siempre, que las edades volvieron a darse cita y que las niñas que un día se llamaron Penélope arrastran hoy un carrito con un bebé que se llama Juan Manuel (aunque hay que admitir que fueron mayoría los mayores).

Sucedió que se sucedían las canciones de siempre, los himnos, las caricias, y que se mezclaban con los sones de La orquesta del Titanic.
Pero este último trabajo del catalán y del andaluz de Madrid es tan solo una excusa para lanzarse de nuevo a las carreteras, ya que el concierto demostró que los temas que arrastran son aquellos de siempre y que las situaciones más bajas de la noche se dieron, en general, con motivo de las más recientes canciones. La ausencia de referencias al nuevo disco en el título de la gira, enlazando sin embargo con proyectos anteriores, es la mejor prueba de ello.

Cantares, Fiesta, Contigo, Y sin embargo, Esos locos bajitos, La del pirata cojo y, sobre todo, Princesa y Mediterráneo ofrecieron los mejores capítulos de un concierto plagado de bises, de humor y de entrega de un público devoto. Un concierto, eso sí, en el que los temas de Joaquín Sabina fueron más numerosos que los de Serrat.

Una noche de triunfo, en definitiva, de la que jamás olvidaré la emoción contenida, la belleza y los pelos de punta (y aquí no hay metáfora) del momento en el que Joan Manuel Serrat –en un hermosísimo homenaje– interpretó el Aragón de Labordeta, con ese tono suave que recordaba los versos que abrían su Cançó de bressol y que su madre se llevó de Belchite a Barcelona.

Mientras el barco se hunde, sin inmutarse permanecen dos hombres dedicados tan solo a desempeñar dignamente su oficio. No es poco.

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